En busca de la trascendencia (y II)
La libertad implica optar entre el bien y el mal, el orden y el caos,
y el avance de la ciencia no es más que la capacidad del hombre para
descubrir una realidad existente, creada por Dios desde el origen del
universo.
Cuando el hombre se determina a conseguir la bondad de las cosas, a
vivir con alegría y libertad y adentrarse en lo misterioso que tiene
la vida, predisponíendose a encontrar su lugar en el mundo, lo hace
en la seguridad de que conseguirá todo lo que se proponga y nada le
será imposible de conseguir. Esta es la fuerza de voluntad "que
mueve montañas".
Jean-Paúl Sartre decía que "El hombre no es otra cosa que
lo que haga de si mismo". Pensamiento que también es válido
para el hombre que cree en la trascendencia y se dispone a lograrla
desde una actitud positiva ante la vida, haciendo el bien en todo lo
que le relaciona con su vida humana.
Dice Lou Marinoff en su libro Pregúntale a Platón que "La
práctica espiritual enriquece la vida, tanto de las personas
religiosas como de las que no lo son". También afirma
que... "Sólo vaciándonos de lo mundano, podemos llenarnos
de lo divino y convertirnos en su instrumento.
En la página 209 del mencionado libro dice: "Desde un punto
de vista filosófico, las religiones organizadas son un fenómeno
absolutamente asombroso. Otorgan a los seres humanos, vulnerables,
mortales, falibles y sufridores, la oportunidad de unirse a la
divinidad, inmortal, infalible y que, seguramente, gobierna el
universo.
Dado que habitamos cuerpos animales, los humanos nos hallamos
limitados en presencia, conocimiento y poder. Aunque existen
infinidad de lugares en los que nos gustaría estar, no podemos estar
en más de uno a la vez.
Estamos constreñidos a aprender una minúscula fracción de la
cantidad infinita que es conocible y nos vemos condenados a olvidar
más de lo que recordamos.
Debemos realizar todas nuestras acciones en un lapso
insignificante, comparado con las escalas geológicas u otras más
duraderas.
Finalmente, si tenemos en cuenta cuánto podría y debería
hacerse, apenas se nos concede energía para materializar nuestros
propósitos.
A diferencia de nuestro cuerpo, nuestra mente es ilimitada, por lo
que somos libres de imaginar un ser personalizado o una fuerza
cósmica que es omnipresente, omniscente y omnipotente. Solemos
denominarlo Dios".
Como cosecha propia pienso que en su desorden, el hombre ha
desequilibrado su entorno, ha creado necesidades nocivas totalmente
prescindibles, y se ve imposibilitado para descubrir el mundo
armónico que le rodea, en las diversas dimensiones que conviven
simultáneamente en el mismo espacio-tiempo.
Nuestra dimensión hace infinito al espacio, en una movilidad finita
y reducida. Otras dimensiones van ampliando la movilidad-presencia
hacia el infinito, reduciendo el espacio a limitado y dominable.
Las sucesivas dimensiones se alcanzan al término de cada etapa-vida,
a cuyo término descubriremos lo pobre de nuestra presencia, vivida
en un mundo tan perfecto.
La perfección del hombre será alcanzada cuando se funda en el amor
como modo natural de convivencia y de semejanza plena a Dios, su
creador.
Es importante que la vida acontezca en esas distintas etapas. En las
superiores se alcanza finalmente la eternidad a través de la muerte.
Ciertamente la muerte es, de hecho, el destino necesario de toda la
vida meramente orgánica.